lunes, 13 de julio de 2015

LA CLAVE DEL ÉXITO EDUCATIVO II

     Intentaremos en esta entrada poner algunos ejemplos reales de lo que queremos decir cuando hablamos de que la clave del éxito educativo está en actuar, como expusimos hace unos días en otra publicación.
     El primero de ellos es el de unos padres preocupados, entre otros muchos aspectos acerca de la educación de sus hijos, por el carácter y comportamiento de su segundo hijo de 4 años. Rabietas y cabezonerías varias, propias de su edad que los padres están empeñados en manejar de la mejor manera posible. Puesto que las estrategias que utilizaron con el primer hijo no han funcionado igual, se han lanzado a pedir consejos a los especialistas. Primero, la maestra, que les dio unas pautas que abandonaron tras dejar al niño unos días sin cenar; luego, la pediatra, cuyas recetas mágicas tampoco surtieron efecto. Mientras, ellos seguían probando y probando. Hicieron un curso enfocado, precisamente, al manejo de los berrinches y las rabietas. Salieron muy decepcionados porque ya habían probado todo lo que les propusieron. Sin embargo, aunque sus esfuerzos no han logrado el 100% de efectividad que buscaban, sí tienen controladas la mayor parte de las situaciones. ¿Cómo? Han incorporado aquellas acciones que les han funcionado, han modificado las que solo funcionaban unos días y van probando nuevas estrategias que inventan. Los que los hemos tratado hemos comprobado que sus niños, en general, son respetuosos, considerados, cariñosos y felices. ¿Qué más se puede pedir?
     El segundo ejemplo nos lo proporciona un adolescente en 3º de ESO con una actitud totalmente apática hacia los estudios y la respuesta impertinente en cualquier situación que le molestara. En el instituto, los problemas eran tanto las calificaciones negativas en la mayor parte de las asignaturas como la falta de respeto hacia los profesores y los compañeros. La tutora citó a sus padres en varias ocasiones para hablar con ellos de la situación y buscar la mejor manera de solucionarla. Sin embargo, se encontró con unos padres que encontraban justificación para todos los comportamientos de su hijo. Veían las faltas de respeto como una actitud de rebeldía propia de la adolescencia; la apatía con los estudios podía explicarse porque los profesores no motivaban al chico y porque tenía déficit de atención... No consiguieron (o no quisieron) entender que, a pesar de que está muy bien buscar las causas de una mala actitud, estas nos tienen que servir para encontrar las soluciones o, al menos, para mejorarla. No reaccionaron hasta que la situación era ya insostenible también en casa, puesto que el chico entendió que podía hacer lo que quisiera, o sea, nada. Desde luego, ese curso estaba ya perdido y el trabajo que les iba a costar eliminar los malos hábitos adquiridos y fomentar otros mejores y más productivos es infinitamente mayor y mucho más complicado.
     Veamos, también, ejemplos de maestros. En primer lugar, una compañera profesora de secundaria se quejaba mucho de un grupo de 2º de ESO porque no la dejaban dar clase. Su respuesta siempre fueron castigos, pero parecía que no solo no conseguía el efecto deseado, sino que empeoraban las cosas. Se quejaba a la tutora, se quejaba a la jefa de estudios, se quejaba a la directora, se quejaba a los demás compañeros.  El curso acabó y no había conseguido manejar al grupo. El comportamiento de los alumnos fue de mal en peor y, por tantos, las posibilidades de crear un entorno apropiado para el aprendizaje y una motivación para el estudio también se redujeron. Aquella profesora decía que esos alumnos tenían que "aprender a comportarse", no obstante, por su parte no había buscado una mejor manera de enseñarles. El resultado fue todos sufrieron mucho durante el curso: la profesora, cada vez que entraba a esa aula, y los alumnos que se llevaban castigos y suspensos. Fue un trabajo agotador. Decía Einstein que es absurdo buscar hacer lo mismo una y otra vez y esperar obtener resultados distintos.
     Por otro lado, podemos contar la experiencia de otra profesora cuyo empeño era que sus alumnos leyeran. Puesto que comprobó que la mayoría de los alumnos no leían las lecturas obligatorias del curso, sino que copiaban los resúmenes o buscaban trabajos en Internet que les permitieran aprobar un examen, tuvo que buscar alternativas. No le importó enfrentarse al departamento que decidía las obras que debían leer los chicos e ir cambiando los títulos hasta dar con uno que, tras empezar a leer en clase, gustó a los alumnos. Modificó, asimismo, su planificación de clases para poder introducir una sesión semanal de trabajo de la lectura e ideó otro sistema de evaluación distinto al examen. Todo ello, dio unos resultados más que aceptables y, lo mejor de todo, sus alumnos le pidieron más libros de lectura. Esta profesora está convencida de que le hubiera llevado mucho más trabajo tener que preparar exámenes de recuperación para las lecturas o corregir trabajos repetidos de aquellos alumnos con calificación negativa que cambiar la metodología. Además,acabó el curso con la satisfacción de haber conseguido su objetivo principal: que los alumnos lean.
     Todas estas historias son reales, contadas someramente, por supuesto. Nos gustaría que cada uno pudiera aprender algo de cada una de ellas. No se trata de juzgar a las personas que las protagonizan, todos son padres amantes de sus hijos que quieren lo mejor para ellos, y profesionales que buscan ejercer su labor de enseñar. Lo que hemos querido mostrar es que, en la mayoría de las ocasiones, cuesta menos esfuerzo y sufrimiento enfrentarse directamente a los problemas educativos con la búsqueda de fórmulas alternativas a las que no nos funcionan que aplicar siempre la misma y esperar a que dé resultados. 





     Como dijo el poeta "se hace camino al andar".     

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