jueves, 1 de octubre de 2015

UN BUEN EJEMPLO

     Hace tiempo leí en un periódico un artículo sobre educación -cuyo autor, desgraciadamente, no recuerdo- que me hizo reflexionar. El artículo venía a decir que en estas cuestiones, los agentes nos culpábamos unos a otros de las carencias de la educación en nuestro país y, de este modo, dejábamos de asumir nuestra parte de responsabilidad, cosa que, evidentemente, empeora la situación. La sociedad culpa a los profesores, a los padres y a la administración; los profesores a los padres, a la administración y a los alumnos; los padres a los profesores y a la administración; los alumnos a los profesores, a los padres y a la sociedad. 
     Educar es una tarea de todos, no olvidemos el dicho: 
para educar a un niño hace falta toda la tribu.
     Todos conformamos la sociedad en que vivimos, que elige a las personas que crean las leyes educativas y gestionan la administración. Todos acompañamos o somos padres y, unos cuantos, tenemos responsabilidades docentes directas. Todos hacemos cosas estupendas y todos nos equivocamos. Pero tenemos que reivindicar la consciencia y la coherencia en nuestros actos. 
     En una reciente ponencia del periodista Carles Capdevila, habla, entre otros y con su sentido del humor tan necesario y reconfortante, del sentido del deber. Es ese sentido el que nos hace ser un buen ejemplo.
     No se trata solo de los padres, que son una parte fundamental en la configuración de la personalidad de sus hijos, sino también del resto de la sociedad. Podemos hacer que los niños y adolescentes que están creciendo se empapen de los grandes valores que deseamos y buscamos para nuestra sociedad empezando, a veces, con acciones muy pequeñas.
     Y es que se me ha ocurrido escribir esta entrada por una de esas cosas maravillosas que ocurren en las aulas. Ayer por la mañana, al entrar en una de mis clases de 1º de ESO, me agaché a recoger un papel que había en el suelo. Acto seguido, uno de los alumnos de primera fila se apresuró a tirar a la papelera un pañuelo que había al lado de su mesa. Yo solo comenté "¡Ah! Ya veo que realmente os gusta estar en un aula limpia". Todos miraron a su alrededor y algunos recogieron los papelitos que quedaban -por supuesto, muchos comentaron que no eran suyos, a lo que respondí que más valor tenía así su acción-. No le di más importancia, de hecho, lo olvidé, hasta esta misma mañana. Nada más cruzar el umbral de la puerta, ilusionados, me han hecho notar lo limpia que tenían la clase. Me han sacado una gran sonrisa y los he felicitado encarecidamente para que el reconocimiento de su buena acción sirva de motivación para mantenerla.
     Sabemos que esto no siempre ocurre así y no tiene siempre por qué funcionar. Sin embargo, el ejemplo es un arma poderorísima que va calando de forma lenta pero segura. Cuáles son las claves para que funcione:
  • Explicar la acción que queremos que sea copiada solo si es necesario y solo en positivo, sin culpabilizar a quien todavía no ha adquirido el hábito y sin personalizar. Si alguien, especialmente los niños y los adolescentes, se sienten ridiculizados, conseguiremos el efecto contrario.
  • Repetir la acción correcta siempre. Si damos mensajes contradictorios, no surtirá ningún efecto y, además, seremos ejemplo de falta de coherencia.
  • Reconocer y recompensar a los que actúan bien y obviar las conductas erróneas o indiferentes. Algunos querrán llamar la atención por no hacer caso o por provocarnos. Llamar la atención es la meta, si lo consiguen con la "mala acción" no la modificarán.
   Todo esto no significa que no debamos decir cuando se actúa mal, o que no tengamos que aplicar otras acciones correctivas en ocasiones; no obstante, seguro que nos ayuda a todos mucho.
    Para enseñar hay que saber, para educar hay que ser.

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