miércoles, 25 de mayo de 2016

EL PODER DE LAS PREGUNTAS


     Decimos, a menudo, que queremos que los niños y los adolescentes piensen. No son pocas las veces que nos escandalizamos porque vemos lo obvio de sus errores, de sus acciones o inacciones, y espetamos un "¿Es que no piensas?"
     Especialmente en esta época de final de curso, los estudiantes sufren nuestro asedio en cuanto a lo poco que utilizan su cabeza para cosas que nosotros consideramos interesantes, importantes o imprescindibles. Sabemos que luego se lamentarán si no nos hacen caso, así que les repetimos una y otra vez lo que tienen que hacer.

     Quizá, solo quizá, podríamos pensar por un momento en que nuestra motivación nos pertenece a nosotros, no a ellos. Si queremos que encuentren las suyas les tenemos que hacer pensar a ellos. Un buen estímulo para conseguirlo es la pregunta. En lugar de ponerlos a la defensiva con una ristra de cosas de deben hacer y no hacen, recriminaciones o amenazas, podríamos plantearnos llevarlos a nuestro terreno. Nuestro terreno es el terreno de los que nos preocupamos por su futuro y sus intereses, así que deberíamos estar en el mismo bando.
     Digo que las preguntas son poderosas porque:
  • Nos acercan a nuestros hijos o alumnos. "¿Cómo llevas...?", "¿Qué es eso que tanto te cuesta?", "¿Cómo podría yo ayudarte?"
  • Consiguen que se tengan que plantear las cosas, que piensen, que busquen alternativas y soluciones: "¿Cómo puedes conseguir...?", "¿Con qué opciones/recursos cuentas para...?", "¿Qué necesitas?"
  • Hacen que los jóvenes sientan que se tiene en cuenta su opinión: "¿Qué quieres hacer al respecto?" De este modo, se responsabilizan.
  • Despiertan su curiosidad.
  • Favorecen su autoconcepto y la motivación intrínseca. Con este tipo de emociones están preparados para aprender.
  • Predisponen a la colaboración.

     No se trata de preparar un interrogatorio y, por tanto, el tono ha de ser de interés sincero. Dejémosles tiempo para pensar y contestar. Si ellos no encuentran las respuestas que necesitan, proporcionemos la confianza para que nos pidan nuestra opinión. En ese caso, más que dar una respuesta rotunda y rápida, les podemos dar opciones -incluso las que son descabelladas pueden servirnos, porque ellos son jóvenes, pero no tontos y saben cuáles hay que descartar- y escuchar las suyas. Si algo no nos parece bien o adecuado a su edad, esperamos a que se expliquen y luego, con sinceridad, pero sin desprecio, les decimos lo que pensamos de ello y por qué.
     Si queremos que confíen en nosotros, evitaremos el sarcasmo o el "te lo dije" con el fin de que se sientan seguros. 
     Si somos capaces de plantearles las preguntas adecuadas abriremos su mente y conseguiremos que nos vean como aliados de lo que es su propia responsabilidad. Así la motivación será suya y podrán encontrar la manera de actuar en consecuencia.
     Esta es una de las herramientas del coaching educativo que nos puede ayudar a llegar a nuestros estudiantes de una forma más eficaz y afectiva.

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